Ecuador – ¡Editores del mundo! ¡La poesía vende!

A partir de las seis de la tarde la calle principal de Montañita, playa al sur del Ecuador, todo se llena de color y de ritmos diferentes que salen de los más de 50 puestitos de frutas, licuados y tragos. Y artesanos.

A nosotras nos llegó la hora de trabajar un poco y fuimos meseras, barwomans, artesanas y vendedoras de empanadas en la playa.



Ecuador es un país dolarizado desde la crisis bancaria que sufrió en 1998; es algo extraño porque – superada la perplejidad inicial de encontrarnos pagando con moneda yanki en un país latinoamericano – nos instaló directamente en esa sensación menemista que hacía mucho tiempo no vivíamos y creíamos no volver a vivir. Nos encontramos entonces haciendo la vaquita de “un dólar pa la birra”, haciendo cuentas y multiplicando por 4.

Todos los días después de la playa nos instalábamos en la calle principal con nuestro puesto de pulseras, pinturas y... poesía. Fue gracioso porque nadie ofrecía un “paño” tan loco: nuestras pulseras eran demasiado rockeras entre tanto macramé, nuestras pinturas demasiado extrañas y el material de lectura llamaba la atención.



Aunque la idea de PLUP siempre fue la de regalar las plaquetas, llevábamos más de dos meses que estábamos de viaje y necesitábamos una reimpresión. Como mucha gente se paraba a mirarlas (y salvo libros de Cohelo a precio dólar no se encuentra nada parecido por la zona) decidimos venderlas a precio módico para organizar una fotocopiada general. Ofrecíamos cada plaqueta a 0.25 ctvs de dólar o 5 por 1 dólar. Fue una ganga y logramos de esta manera por un lado distribuir, y por el otro juntar algunos mangos para seguir subiendo con las plaquetas.

¡Editores del mundo! ¡La poesía vende!


Como Montañita es un lugar sobre todo turístico, las plaquetas se fueron hacia diferentes destinos de Latinoamérica y el mundo. A la vez era un buen punto de partida para hablar de otras cosas: conocí un grupo de chicos que tenía un proyecto muy parecido pero sobre cine (www.delkiwi.com.ar) y otros chilenos que viajaban con su muestra de pinturas (www.valpocaminante.blogspot.com), viajeros que contaban sus experiencias en blogs , gente que simplemente quería leer algo mientras descansaba en la playa celeste. Funcionó. Más adelante, en Quito, pudimos reimprimir para seguir repartiendo en Colombia.

A los que me pedían cuentos les recomendaba a Juan Diego, o a Diego Sánchez. Las chicas se llevaban a Valeria, a Sol, a Ana Laura. Comenzábamos charlando, me contaban sobre sus países o sobre lo que estaban haciendo y se iban con Paula, con Horacio y con Marianela en sus morrales. Además, en un momento, la calle de la música estridente y los morenos con el torso al viento se convirtió en una sala de lectura.


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