Juan Diego Incardona // Los monstruos

Eran los años del Hombre Gato y el Enano de Cruz, del Ahorcado del Tanque y los lobisones del campito. Igual que otros barrios del Conurbano Bonaerense, Villa Celina también estaba rodeada de potreros y campos. Por las noches, estos terrenos se convertían en una masa negra amenazante, donde brillaban, de pronto, luces y rayos misteriosos, y se oían, quién sabe de dónde, voces y ruidos extraños. Para mis amigos y yo, que teníamos once, doce años, aquella oscuridad local nos proveía todo el material que nuestra imaginación necesitaba, pero a cambio cada uno debía pagar, íntimamente, un precio.

Un día después de la escuela, nos juntamos con Martín y el cabezón Adrián en la esquina de Giribone y San Pedrito. Sentados en la vereda del gomero, fuimos viendo caer la noche enfrente nuestro, sobre los potreros que se alargaban hacia el Riachuelo. A medida que arriba el cielo se ponía negro, abajo nuestras mentes buscaban espejismos y apariciones. Quizás discutíamos si eso que se escuchaba eran ladridos de perros o aullidos de lobisones, si eso que olíamos era basura quemada o el cuerpo de un muerto, cuando de pronto vimos una luminosidad flotando en la cancha de “nueve pescador”, una luz entre amarillenta y blanca que se movía y formaba figuras. El cabezón Adrián dijo que debía ser la luz mala del perro de La Maico, al que habían enterrado el día anterior en el campito. Martín y yo le preguntamos qué eran las luces malas y él nos explicó que eran las almas que salían de algunos muertos, que se lo había contado su tío Medina. Yo estaba impresionado y enseguida me acordé del canario que habíamos enterrado con mi abuelo en la maceta de los malvones, en el patio de casa. De repente, el cabezón Adrián, aterrado, avisó:

—¡La luz mala viene para acá!

Era verdad. Todos podíamos verla. El brillo que antes daba vueltas en la cancha, ahora avanzaba hacia el barrio.

—¡Corramos! —los tres nos levantamos y cada uno salió disparado hacia su casa.

Cont...


Buenos Aires, 1971. Hijo de un tornero italiano y una maestra argentina, primero estudió en un Colegio Industrial, donde se recibió de Técnico Mecánico, y después cursó Letras en la UBA. En 2004, fundó el interpretador, revista virtual que dirigió durante cinco años. Publicó Objetos maravillosos (Tamarisco, 2007), Villa Celina (Norma, 2008), El campito (Mondadori, 2009) y relatos en distintas antologías. Compiló junto a Santiago Llach el libro Los días que vivimos en peligro (Emecé, 2009). Actualmente, coordina el área de Letras en el ECUNHI, de la Fundación Madres de Plaza de Mayo. Administra el blog días que se empujan en desorden.

http://diasqueseempujanendesorden.blogspot.com/

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